¿Por dónde puedo empezar?
Escribo esta carta porque me he dado cuenta de que no podemos seguir así. Esta relación me está matando poco a poco, aunque al principio ni me daba cuenta.
Con el paso del tiempo, creces. Y no me refiero a la edad, eso es algo obvio, me refiero a que maduras, observas y analizas las cosas con otra mentalidad. Ahora que me siento fuerte, con más experiencia y algo más de confianza, me he parado a pensar en nosotros.
Tú no me dejas respirar, no puedo hablar con los demás, me falta la respiración cuando intento hacer algo nuevo… Así eres, me machacas cada día un poco, a cada paso que doy me cortas las alas.
“Tú no puedes, vas a hacer el ridículo, estás perdiendo el tiempo, no lo hagas, no saldrá bien, vas a fracasar”…
Y yo, sin pensarlo dos veces, me dejaba llevar por ti, hacía ese pensamiento mío sin ser consciente y lo defendía. Tú me abrazabas, me envolvías y me decías que así estábamos bien, que no había nada que hacer, que esto era lo mejor porque era lo que conocíamos.
Quizás es cierto que, en cierta manera, me ahorraste mucho dolor, pues si no te sales del camino es difícil hacerte daño. El problema es que también me hiciste evitar otras tantas alegrías. Me ha costado mucho entender esto.
Ahora me pregunto ¿merece la pena seguir así? Yo quiero continuar mi camino, pero se me hace muy difícil contigo a mi lado susurrándome al oído que no soy capaz. Es duro ¿sabes? Es muy duro porque ya hace algún tiempo que trataba de no escucharte mientras despertabas en mí la duda. Algo en mí crecía, me carcomía por dentro y una voz me decía que quizá tenías razón y no quería pasar por ese mal trago. Así que callaba, callaba y me quedaba en el mismo sitio, sin atreverme a dar un paso, sin hacer ningún movimiento. Ahogaba mis ilusiones con mis propias manos sin ser consciente del todo y me consolaba al pensar que todo son sueños imposibles que sólo los más afortunados pueden alcanzar, no alguien como yo.
No sé… no sé en qué momento empezó todo esto, no logro recordarlo por más vueltas que le doy. Pero cuando pienso en todas las cosas que me he perdido por ti, no sé ni describir cómo me hace sentir. Y es que he dejado de hacer muchas cosas, cosas que realmente quería hacer, experiencias que quería vivir y personas que hubiera querido conocer pero no, ahí estabas tú para decirme NO.
Ahora que lo veo con perspectiva me pregunto ¿y si te equivocabas? ¿y si debí atreverme a dar el salto? Pensándolo bien, había posibilidades de equivocarme y fallar pero ¿qué hubiera perdido? Quizá mucho menos de lo que podría haber ganado si hubiese dado ese salto. Y sin embargo, me dejé llevar por ti, no fui capaz de detenerte a tiempo.
Al principio pensé que tratabas de ayudarme a no hacerme daño, tanto física como psicológicamente. Había una parte de mí que estaba tan convencida de que sólo querías lo mejor para mí que ni me di cuenta de que poco a poco quisiste controlarlo todo, cada decisión, cada paso importante en mi vida y cada sueño que quise luchar por cumplir. Probablemente todo empezó así, poco a poco. Yo empezaba a confiar en ti, tenía sentido lo que me decías, querías protegerme del mundo, incluso de mí. Y así llegó un momento en el que dejé de escuchar mi propia voz, porque la tuya sonaba más fuerte, más segura y confiada.
En el momento que me di cuenta de todo esto, no sentí que me quitaba una carga de encima, todo lo contrario: ahora que no aceptaba tus consejos sin rechistar todo se volvió mucho más complicado. Ahora cada palabra tuya se convertía en un dilema interminable porque aunque sabía que no debía hacerte caso en todo lo que me dijeras, como antes, tampoco era sencillo ignorarte. Siempre estabas ahí para recordarme lo peor que podía pasar, como si fuera a ocurrir sin remedio.
Es curioso que aunque intente ignorarte no puedo dejar de pensar en tus palabras y es que ya te he escuchado tantas veces que no puedo olvidarte. Y no sólo eso, sino que además te veo reflejado en tanta gente que parece que fueras tú mismo persiguiéndome.
No, ya es bastante, no puedo más. Tenemos que alejarnos, así sin más. Hemos llegado demasiado lejos tú y yo, o quizá tú conmigo, porque llevas aquí más tiempo del que yo pensaba pero ahora soy yo quien dice NO. Nunca más. Se acabó. Esto no va a ninguna parte. Quiero que te marches ahora.
Quiero ser libre, quiero mirar de frente a la vida y que no estés ahí para decirme que no voy a poder conseguirlo, porque ¿sabes una cosa? Sí que puedo, tan pronto como no te tenga a mi lado para impedírmelo.
Y si en algún momento me equivoco y no puedo, quiero ser yo quien tome esa decisión y aprender de mis errores, porque sé que me llevarán más lejos que tus prohibiciones continuas. Quiero vivir, disfrutar los buenos momentos y recordar como una anécdota los malos, pero no quedarme mirando por una ventana, preguntándome si ese momento que me perdí habría sido de un tipo o del otro.
He decidido que no quiero ser tú. Voy a ser yo, sin que me bloquees, sin que me anules. Quiero volver a escuchar mi propia voz y atreverme con esas cosas que tú me estabas negando.
Así pues, querido Miedo, esto es una despedida.
¿Has sentido ese miedo alguna vez, ese que te paraliza, te bloquea y no te deja actuar? Es curioso el miedo. Te machaca, te muestra la parte más cruel, todo lo que puedes perder, pero no te deja tomar conciencia de todo lo que puedes ganar.
Ojo, el miedo no deja de ser una emoción que cumple un papel muy importante en nuestras vidas. Es un instinto primitivo que nos ayuda a mantenernos a salvo ante una situación de peligro inminente. El problema viene cuando todos esos miedos son irracionales y dejas de hacer aquello que te haría feliz, aquello que aunque suponga algún tipo de riesgo, merece la pena intentarlo. No hay que huir del miedo, pero hay que aprender a gestionarlo.
¿Y sabes por qué? Porque el miedo siempre va a estar ahí, esperando que le des una oportunidad para volver a tomar el control. Pero si eres capaz de dominarlo, entonces ya no será un problema.
Es como conducir o alguna otra tarea que al principio te aterroriza. Tienes miedo de cometer algún error y que ocurra algún desastre. Pasado un tiempo, superas ese miedo atroz y eres capaz de conducir por la ciudad tranquilamente. Eso no quiere decir que ya no temas a que en cualquier momento puedas tener un accidente (porque eso es un hecho, no un miedo irracional), sólo que has ganado confianza y controlado ese miedo.
Míralo de este modo ¿cuántas veces no te has atrevido a hacer algo por miedo a que salga mal? De hecho muchas veces descartamos ideas por miedo sin siquiera darles una oportunidad. Cuando son pequeñas cosas, no nos damos ni cuenta. Pero ese miedo va creciendo de forma sutil y quiere controlarnos cada vez más. El miedo se disfraza de seguridad, te abraza fuerte y te dice que no te sueltes y no mires a los lados. Entonces esperas, esperas a que todo pase, ya sea el momento de tomar las decisiones, el instante en el que tenías que actuar, la vida… Cuando te quieres dar cuenta y te paras a analizar la situación, has dejado que se te escapen mil oportunidades por miedo: miedo al rechazo, miedo a fracasar, miedo a que no salga como esperabas…
Ese es el miedo que tenemos que vencer. Porque no intentarlo es el verdadero fracaso, es la peor de las derrotas y la que más daño te hace.
Cuando sientas miedo, párate a pensar, escribe si es necesario. Trata de pensar en todo lo que podría salir mal, pero no te olvides de todo aquello que podría salir bien. Y es que cuando tenemos miedo somos incapaces de razonar, sólo pensamos en lo negativo, en el ridículo, en lo mal que puede salir todo. Al final dejas de ser tú mismo y te conviertes en tu miedo simplemente porque no haces aquello que pasa por tu mente, no te atreves aunque te encantaría hacerlo.
Y muchas veces ni siquiera son TUS miedos, son los miedos de otras personas que te recuerdan lo mal que podría salir algo cuando se lo comentas buscando consejo.
Tenemos que superar esa barrera que nosotros mismos hemos creado, porque una vez hecho, te sientes mucho mejor. Te quitas esa espina del “qué hubiera pasado si”, te sientes libre de tomar tus propias decisiones, te sientes fuerte por haber sido capaz de intentarlo. Y es que nadie consiguió tocar el piano sin antes equivocarse, nadie aprendió a andar sin haberse caído antes. Sólo tienes que analizar qué es lo peor que puede pasar y si la cosa no va más allá de algunas magulladuras en las rodillas, ve a por ello. No olvides que puede que te caigas, como tu miedo te avisó, pero eso no quiere decir que no debías haberlo intentado ni que debas rendirte, sólo levántate.
No te dejes confundir porque a veces el miedo se esconde con excusas que son muy fáciles de aceptar. Como por ejemplo, cuántas veces hemos dicho aquello de...
“El lunes empiezo, de verdad”
“Después de verano no hay excusas”
“El curso que viene lo voy a hacer mejor”
“Cuando tenga un poco más de dinero sí podré con ello”
Todo esto se podría resumir en aquello que se enseñaba en filosofía o matemáticas de “si A entonces B”. Pero todos sabemos muy bien lo que ocurre cuando llega ese A: ya se nos ha olvidado el B o… ¡nos buscamos otro A!
Al final no es otra cosa que esconderte detrás de una excusa, quitarte un peso de encima. Es más fácil pensar que sí, que lo vas a hacer pero más adelante, a asumir que en realidad sólo lo estás retrasando para que así parezca que no es tu responsabilidad.
Esas excusas, esa pereza o procrastinación, no deja de ser miedo.
No es fácil darse cuenta de esto, mucho peor es asumir tu culpa y volver a tomar las riendas de tu vida. Debes ser consciente de las armas con las que cuenta el miedo, ya que no son todo mentiras. El miedo muchas veces surge de planteamientos que son completamente ciertos. Cuando algo te da miedo, aunque sea algo bueno para ti, es muy posible que te suponga a la vez algún coste, ya sea esfuerzo, tiempo o simplemente exponerte a un posible fracaso. Ese coste lo usará tu miedo contra ti, lo convertirá en algo terrorífico que hará que no puedas ver todo lo que podrías conseguir si te atrevieras.
Cuando te rindes, aceptas que ese coste es muy alto, que no lo vas a conseguir, entonces el miedo ya ha ganado. Cuando dices que ya lo empezarás el lunes o el año que viene cuando tengas más experiencia o dinero, no estás haciendo otra cosa que refugiarte en la famosa zona de confort, ahí donde te sientes tan a gusto y no te supone ningún riesgo.
Y no deja de ser increíble lo fuerte que puede ser a veces el miedo, lo mucho que puede nublarnos la mente, porque la mayoría de las veces, nos engaña y nos hace creer que si no seguimos sus consejos, emprenderemos un camino tortuoso de puro dolor, que quizás al final hay una posibilidad de conseguir lo que quieres, pero que todo el camino hasta lograrlo va a ser un infierno.
¿Y sabes qué? Es sorprendente que por lo general, es justo lo contrario: en el momento que decides ignorar a tu miedo y lanzarte a ello, toda esa ansiedad y presión desaparece y con la alegría que surge de saber que estás haciendo lo que quieres, se suele disfrutar el camino desde el minuto uno, al margen del esfuerzo que requiera. Es como pasar por debajo de una cascada o subirte a una montaña rusa, es sólo un segundo de tensión y dudas y al instante estás disfrutando.
Y riéndote de tus miedos y de ti por haber dudado si debías hacerlo o no.
Porque todos tenemos miedo a algo y el que diga lo contrario se engaña a sí mismo o debería explicarnos cómo lo hace. La única diferencia es que algunas personas se esfuerzan por mantener a raya esos miedos y no dejan que decidan por ellas, mientras que otras se resignan sin más a soportar una vida limitada por sus temores.
La gran mayoría de personas son conscientes de esto pero cometen un grave error: creen que llegado el momento, el deseo de superar sus miedos les empujará a ser capaces de hacerlo, de romper las cadenas y viven esperando ese momento. Pero irónicamente funciona justo al contrario, la voluntad tienes que ponerla tú primero aunque estés temblando y es después cuando surgirá el verdadero deseo de superar los obstáculos, cuando te sentirás con fuerza para solucionar tus problemas.
Así que ¿no crees que es el momento? Te invitamos a escribir ahora tu propia carta al Miedo, tu despedida, porque como dice el Principito,
"¿Después? No hay después. Porque después la flor se marchita, el interés se pierde, el día se vuelve noche, la gente envejece, la vida se termina; y uno después se arrepiente por no hacerlo antes cuando tuvo la oportunidad".
Otros pensamientos que te podrían interesar