Dejamos todo atrás, empezamos una nueva vida buscando hacer las cosas mejor. Y así fue que la encontramos pero, irónicamente, cometimos los mismos errores. 

En especial uno, ahora lo sabemos. Tú también caes en él todos los días porque no podemos evitarlo. Todos (o al menos la gran mayoría) vivimos con esa idea en la cabeza, esa trampa. 

Deja que te lo expliquemos con nuestro caso. 

Uno de nuestros errores

Empezamos nuestro viaje de vuelta al mundo en Bangkok. Después vinieron muchas otras ciudades de Tailandia. Lo disfrutamos muchísimo, siempre controlando el gasto por miedo de que se nos fuera de las manos.

Era nuestra primera vez en Asia y también en un viaje tan largo, por lo que no teníamos ni idea de si estábamos ajustándonos a nuestro presupuesto. Si el primer mes ya gastábamos más de lo que debíamos era muy mala señal y podía echar a perder toda la aventura.

Por eso quizás andamos tanto bajo un sol de justicia en más de un sitio, como Ayutthaya, porque andar es gratis. O no entramos a algún monumento porque teníamos claro que no merecía la pena esa entrada y habíamos visto otros mejores. Disfrutamos de los mercados locales de Chiang Mai, toda una delicia, pero nunca nos sentamos a comer en aquel buffet que teníamos al lado del hostal porque costaba lo mismo que dormir dos noches en la ciudad.
En realidad el buffet no era tan caro, es que los hostales allí son muy baratos, pero la comparación hacía parecer al buffet todo un lujo.

Le siguió Laos, un sitio muy rural en el cual no tuvimos que preocuparnos mucho, todo era tan barato que ni pensamos en lo que gastábamos.

Pero en Vietnam, si nos descuidábamos vimos claro que el presupuesto se nos iba a ir de las manos y tuvimos especial cuidado. Ya teníamos práctica en buscar las opciones más baratas por lo que no nos costó mucho seguir en esa línea.
Fueron dos semanas mágicas, aunque no lo exploramos a fondo cuando por ejemplo, en Hoi An, decidimos que pasear por la ciudad de día aprovechando todo lo que se podía hacer gratis y de noche para ver sus famosos farolillos era suficiente. La otra opción era comprar una entrada conjunta para visitar prácticamente todo, que nos pareció innecesaria y cara.

Entonces llegamos a Phnom Penh, Camboya. Una tarde nos paramos a echar cuentas con toda la información que teníamos en nuestra hoja de presupuesto y la conclusión nos dejó pasmados: apenas estábamos gastando la mitad de lo que habíamos planeado.

Que oye, por un lado es una alegría, más dinero para el resto del viaje y una muy buena señal a largo plazo.

Pero por otro lado... empezamos a darnos cuenta, ahora sabiendo eso, de que quizás deberíamos haber entrado en aquel monumento, quizás deberíamos haber disfrutado del buffet de Chiang Mai, haber cogido un tuk tuk aquella tarde en Ayutthaya o haber comprado el pase a las casas tradicionales de Hoi An.

¿Y sabes qué hicimos? Al día siguiente no es que fuéramos derrochando ni mucho menos pero nos permitimos algún “lujo” que nos habíamos privado hasta entonces: una comida más cara, coger un tuk tuk cuando no era imposible del todo ir andando o probar aquella bebida del mercado por el simple hecho de que todos los camboyanos de la ciudad la estaban bebiendo. Muy sabrosa por cierto, creemos que era té.

Y esos pequeños detalles lo cambiaron todo. Fue un gran día que, si has estado en Phnom Penh, no es algo fácil de decir, no es una ciudad que enamore precisamente.

Desde entonces hemos viajado sin estar tan asustados por el presupuesto, disfrutamos cada día mucho más y curiosamente seguimos sin gastar apenas más de la mitad de lo esperado.

¿Has caído en el problema?

Era la primera vez que hacíamos un viaje tan grande, sí, pero estos errores ya los habíamos cometido antes en otras situaciones.

Porque no estamos hablando de dinero aquí, eso es lo de menos.

Todo esto va de las mentiras. De hecho de las peores de todas: las que nos decimos a nosotros mismos.

En este caso, lo que nos ocurrió se podría resumir en "ahora no, aguántate un poco y más adelante lo disfrutarás".

En el viaje significó, o eso nos decíamos, no gastar dinero en algunas cosas que queríamos o no tendríamos dinero después para otras cosas que querríamos.

El problema es que más adelante estaríamos en otro país, lejos de ese monumento y los manjares de aquel buffet que nos prohibimos.

Las excusas

De la misma manera muchos nos decimos cosas como estas cuando pensamos en hacer algo distinto o nuevo:

  • Ahora no puedo, cuando tenga más dinero.
  • Cuando tenga un puesto mejor, tendré más tiempo para lo que quiero hacer.
  • Sé que no quiero hacer esto toda mi vida, pero como está la cosa ahora mismo… no me puedo quejar.
  • Si lo voy a hacer, pero…

Y ahí sí está el problema. Porque todo eso son excusas y la consecuencia es que te resignas por su culpa y te hacen perder el tiempo, tiempo que podrías aprovechar precisamente para ponerte en marcha.

Una de las pocas certezas que tenemos es que el tiempo no se puede recuperar.

Además es una pérdida dolorosa porque cuando el tiempo se te va, no te das cuenta y es sólo más adelante que te lamentas de no haber actuado de otra manera, cuando ya no puedes hacer nada.
Lo único que puedes hacer es prometerte que a partir de ese momento lo aprovecharás mejor.

Si te planteas esas preguntas y no actúas, es probable que después te arrepientas.
Piensa si de verdad eso que te está frenando está justificado o es sólo una excusa. Si cada día que te resignas a esa situación merece la pena.

Tenemos que ser conscientes de que no podemos vivir sin pensar en el mañana, ni pensar en el mañana sin vivir el presente.

Es quizás la forma más realista de entender el tan manido lema del Carpe Diem. Para nosotros no significa que vivas alocadamente, que te olvides de todo y vivas como si no hubiera mañana. Significa intentar disfrutar del presente tanto como te prometes que disfrutarás del futuro con el que sueñas, el que te repites una y otra vez que algún día alcanzarás.

Y para eso hay que ser realistas y huir de las mentiras, la procrastinación y la desidia.

¿Cómo puedes evitar tus errores?

Empieza por pensar quién eres. Si te describieras desde fuera (y te conocieras muy bien), qué dirías de ti, en qué ocupas tu tiempo, qué haces en tu trabajo y cómo aprovechas o no tu tiempo libre.

Si algo no te gusta, te deprime o no te hace feliz, no hace que te vayas a la cama con una sonrisa en la cara o no aporta nada que merezca la pena recordar el año que viene… entonces sobra.

A la misma vez, si hay algo que sabes que te gustaría hacer, algo que quieres intentar “más adelante”, deja de retrasarlo y piensa cuándo podrías empezarlo:

¿Qué requiere?
¿Tiempo? ¿Dinero? ¿De verdad necesitas tanto de uno o de otro?
¿Qué supondría añadir eso a tu vida actual?
¿Afectaría a otras partes de tu vida?

También es importante pensar que, si eso que quieres hacer te va a suponer dedicar menos tiempo o dinero a otra parte de tu vida, ¿de qué parte estamos hablando? ¿es algo que te hace feliz? ¿no te aporta nada? ¿o te da miedo cambiarlo o dejarlo?

Porque hay dos factores que son los más difíciles de superar. El primero es justo eso, el miedo. Las áreas de tu vida que te da miedo cambiar. Algunos ejemplos:

  • Cambiar de trabajo por miedo a no encontrar otro o que no te guste.
  • Reconocer que no eres feliz en la relación de pareja en la que estás por miedo a la soledad.
  • Cambiar alguna actividad/hobby por otra por miedo a perder o separarte de tu grupo habitual de amigos y el miedo a la soledad otra vez.
  • Intentar algo nuevo, eso con lo que sueñas, fracasar y hacer el ridículo.

Y así mil cosas más.

El segundo factor es tan simple como escurridizo: la constancia. Ser capaz de emprender algo y perseverar, mantener un ritmo y no perderlo. Porque fallar un día es normal, el problema es cuando nos permitimos fallar ese día y lo usamos como excusa para poco a poco desistir.

No hacen falta muchos ejemplos de esto, seguramente ya has pensado en los más habituales: ir al gimnasio, empezar una dieta, empezar a tocar un instrumento o cualquier otra actividad en tu tiempo libre.

Prométete que no volverás a decir aquello de “el lunes empiezo” ni lo conviertas en otra promesa de año nuevo como si eso te fuera a ayudar de alguna manera mágica. No lo dejes en manos de otros, de tu “yo” del futuro, de la fortuna o el azar.

Cuando logres eso, saborearás cada día mucho más, sentirás que todo lo que consigas en tu vida será gracias a tu esfuerzo y aceptarás que las cosas malas (o peor aún, las que nunca ocurrirán) son tu responsabilidad y no tiene mucho sentido quejarte ni hacerte la víctima.

Al final de lo que siempre nos arrepentimos más es de aquello que no nos atrevimos a hacer, de haber dejado escapar una oportunidad. Porque cuando hacemos algo y no sale bien generalmente todo se queda en una anécdota que acabas contando entre risas con tus amigos.

En cambio lo que no hiciste… es probable que ni siquiera te atrevas a hablar de ello.

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