El señor Miyagi es un personaje que siempre me ha cautivado.
No tanto por lo que hacía o decía, sino por todo lo demás: lo que sólo revelaba en su mirada, no necesitaba nada mas.
En aquel momento, cuando vi de pequeño las películas de Karate Kid, lo vi como un "sabio zen de la montaña" más.
Era la mítica figura respetada y adorada por todos, que parece tener todas las respuestas y está siempre un paso por delante y por encima de los demás, como viviendo en un plano espiritual al que los mortales no llegaremos.
Había algo que se me escapaba y me atraía de igual manera cada vez que veía uno de estos sabios en una película o un videojuego, o lo conocía en un libro.
La diferencia que marca la diferencia
Hasta que hace no mucho lo descubrí, viendo Cobra Kai (la continuación de Karate Kid) y tras un gran desarrollo personal por mi parte.
No era ningún secreto, no esperes una gran revelación, no había nada escondido solo una realización o reinterpretación de lo que estaba a la vista.
Miyagi o cualquiera de estos sabios, como la tortuga de Kung Fu Panda, pueden ser muy diferentes pero todos tienen en común su actitud ante la vida.
Son lentos, muy calmados, tanto que pueden sacar de quicio con tanta tranquilidad a los más nerviosos y escuchan mucho más de lo que hablan cuando son, precisamente, los que quizás más tienen que decir.
Las personas a su alrededor están atentas a cada una de sus palabras y estas son contadas, guardando para sí casi todo lo que piensan, generando a veces muchas curiosidad.
Y ese punto es el que me llamó la atención y creo que los distingue del resto de mortales: cuanto más saben, menos necesidad tienen de demostrarlo.
Humildad absoluta...
Justo al revés de lo habitual: nada de postureo, de quedar por encima de nadie, de demostrar a los demás que son más, que son mejores, que tienen razón y tú no, que tienen la respuesta que a ti te falta.
No ganan nada haciendo ver a los demás que están en lo cierto.
Y ese, aún, no es el secreto del señor Miyagi.
Está debajo de todo esto y es el verdadero motivo de esa actitud.
Es una forma de ver la vida.
El origen de esa humildad donde cuanto más sabes, menos tratas de ser ante los demás, menos necesitas la aprobación externa ni que vean las cosas como tú.
Han salido de esa rueda autodestructiva en la que, cuando han hecho algo bien o han alcanzando un logro importante, sienten la necesidad de contárselo a todo el mundo para que le den la palmadita en la espalda y le den la enhorabuena.
No hay ninguna necesidad de que vengan otros a valorar lo que has hecho, a decirte esas palabras que te hacen sentir bien: para eso están ellos mismos, valoran su propia opinión y se guían por ella en lugar de por lo que dicen los demás.
A su vez, más aceptas a los demás y menos te preocupa su aceptación.
Cuando dejas de necesitar que los demás te confirmen que has hecho las cosas bien, o de preocuparte cuando los demás piensan que te has equivocado cuando tú no lo ves de la misma manera... dejas de depender de lo que te digan los demás.
Y, de la misma manera, eres consciente que las decisiones de los demás son suyas y que tú no estés de acuerdo no quiere decir que esté mal, no hay necesidad de imponerse.
...y autoestima
Es conocerse y quererse tanto que empiezas a permitirte mostrarte tal y como eres, sin miedos ni preocupaciones, sin pensar y darle mil vueltas a lo que los demás pensarán y dirán.
Cuando te quieres y aceptas como persona, no te preocupa decir lo que piensas o sientes por miedo a que no estén de acuerdo contigo y te juzguen o hablen de ti a tu espaldas.
Entiendes que no dependes de la opinión y de la aceptación de los demás para sentirte bien, que no tienes que gustarles a los demás para gustarte a ti.
Dejas de pensar tanto y de tratar de adivinar lo que más agradará a los demás para, simplemente, elegir lo que más te agrada a ti, sin que eso suponga sentirte mal o culpable.
También es una libertad interior brutal, que se transmite a todo lo que haces y, al final, es un modo de vida.
Descubres que vivías en una cárcel que te habías inventado donde tenías que tener siempre en cuenta los deseos y necesidades de los demás, quedándote en un segundo plano sin necesidad.
Descubres que vales tanto como los demás y por tanto no hay motivo para esconderse.
Eso que comprendí en el señor Miyagi, yo lo llamo felicidad.
Cuando recuperas el control de tu autoestima (porque siempre lo tuviste a tu alcance), tu realidad cambia y empiezas a ver todo de una manera distinta.
Y como consecuencia, tu vida cambia.
Empiezas a Pararte a Vivir.
No soy un sabio en la montaña, ni pretendo serlo, pero para mí este pensamiento es importante porque es un aspecto que me acerca a unas personas con una mentalidad que siempre he admirado.
Y me gusta en quién me convierte tener, al menos, ese punto en común.