No sé bien en qué punto ocurrió.
Por mucho que lo pienso, no logro recordar cuándo se rompió todo… sólo sé que se fue deteriorando, poco a poco, casi sin darme cuenta.
Todas esas cosas que al principio me gustaban, empezaron a ser molestas: ese lunar al lado del ojo, esa forma peculiar de la espalda, esa barriga rebelde…
Pero no sólo eso.
Por supuesto las cosas iban más allá de lo físico, mucho más: ya no podía soportar la forma en la que hacía o no hacía las cosas, cómo me miraba, cómo me hablaba, cómo me trataba…
Todo empezó a ser muy molesto y muy tóxico, pero yo no me daba cuenta.
En realidad, me sentía como si no pudiera hacer nada para cambiarlo. Así era cómo funcionaban las cosas, sin más.
Me desenamoré… de mí.
Y no volví a mirarme de la misma manera
Ahora que puedo pensarlo con perspectiva, creo que siempre buscamos fuera, como si otra persona pudiese cubrir esa carencia, llenar ese vacío que nosotros mismos nos dejamos, en lugar de buscar dentro.
No nos damos cuenta de que el primer amor de nuestra vida fuimos nosotros mismos.
Ese amor, esa inocencia, esa pasión que uno tiene cuando es pequeño...
Ese afán por descubrir el mundo y por ponerte a prueba para descubrirte a ti mismo...
Todo eso sigue ahí, en alguna parte dentro de ti. Pero al crecer poco a poco lo vamos olvidando hasta que se queda dormido.
Cuando yo era pequeña, me miraba cantar y bailar delante del espejo. ¡Menudos shows montaba!
Hasta que, sin saber bien por qué, la imagen que empezó a devolverme ese espejo se volvió desagradable. El diálogo cambió en mi mente y empecé a pensar que los demás eran mejores y lo hacían todo mejor que yo.
Y esto es una gran distorsión de ti que no te deja ver más allá. Sólo ves lo que “quieres” ver.
Y es curioso, porque no es precisamente lo que quieres ver, pero es como si llevases puestas unas gafas con filtro que no te dejan ver nada más que todas esas cosas que no están bien en ti (o que tú piensas que no están bien).
Una vez más, con perspectiva, ahora pienso que quizá por eso siempre me esfuerzo por hacerlo todo lo mejor posible y busco una perfección que bien sé que no existe o, más bien y como aprendí hace poco, que la perfección está en los ojos que miran, no en el paisaje.
Pero en ese momento no era consciente de ello y empecé a esconderme en mí misma.
Dejé que el miedo y la vergüenza me sustituyeran mientras yo me quedaba en un rincón relegada y encerrada.
Me di cuenta de que empecé a no ser yo
Empecé a evitar cosas que en realidad quería hacer pero para las que no me sentía capaz por algún extraño motivo que no lograba descifrar.
Además, mientras yo me consideraba una persona dulce y cariñosa, me comportaba como un perro acorralado y actuaba de una forma borde y seca con los demás. ¡Y yo no soy así! Pero sólo las personas que me conocían bien, sabían lo que había en mi interior.
Cuando realmente tomé conciencia de este desengaño amoroso, fue el momento en el que me cansé de todo esto.
Me cansé de no poder ser yo, de esconderme, de cohibirme, de ocultar todo lo que soy y de mostrar algo de mí que no era real.
Ahora he cambiado o más bien me he reencontrado. Me he transformado en la persona que quería ser, en esa que estaba escondida y tenía tanto miedo a salir a la luz.
En realidad, esa persona siempre estuvo ahí, pero me comportaba como si fuese otra.
Gracias al desarrollo personal, al Coaching, a la Inteligencia Emocional y a la PNL, mi mundo cambió por completo. Y ahora sé que he despertado esa magia que había dentro de mí.
No fue de la noche a la mañana. De hecho aún estoy aprendiendo muchas cosas sobre mí… y eso me encanta. Es una oportunidad increíble para crecer.
Algunos cambios llevan un tiempo, como la oruga que se convierte en mariposa.
Y aún así, fue mucho menos tiempo del que imaginas después de tantos años viviendo como si fuera otra persona y ahora me siento orgullosa.
Admito que al principio me enfadé conmigo por haberme maltratado durante tanto tiempo. No podía comprender cómo yo, con el amor como valor principal en mi vida, no había sido capaz de amarme a mí misma. ¡Menuda incoherencia!
Lo primero fue esa toma de consciencia, ese momento en el que comprendí qué estaba pasando e incluso por qué, cuál era el origen de esa falta de amor por mí misma.
Cuando llegué a este punto fue como un “guau, muy interesante… pero ¿ahora qué?”
Faltaba un punto crucial: tomar acción.
De nada me servía toda esa nueva información si no tomaba cartas en el asunto y me ponía manos a la obra. Entonces comprendí que está en mi mano decidir qué quiero hacer a partir de ahora y cómo seguir mi camino.
Mi siguiente paso fue perdonarme. Sé que, en su momento, no había comprendido lo importante que es esa relación pero todo ha cambiado ahora.
Volví a enamorarme de mi primer amor: yo
La yo auténtica, la que se pone delante del espejo a cantar y bailar sin importar nada, la yo loca que estaba deseando salir y ser feliz.
Y desde entonces, sigo creciendo, conociendo más cosas sobre mí y aprendiendo cómo dejarlas salir para ser mi mejor versión cada día.
No esperé a tener seguridad, confianza y autoestima para emprender el camino.
Todo lo contrario. Emprendí el camino y eso fue lo que me dio seguridad, confianza y autoestima para seguir creciendo.
No dejes que tu música muera dentro de ti. Acompáñate a ser tú.
Ámate y acéptate para poder cambiar aquello que quieras cambiar.
Porque como dice el gran Jorge Bucay:
“Nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representante”