Había una vez dos semillas que se encontraban juntas en la fértil tierra de la primavera. Un día la primera semilla dijo: 

– ¡Quiero crecer! 
Quiero hundir mis raíces en el fondo de la tierra y romper la corteza de la tierra que hay sobre mí y crecer.
Quiero desplegar mis tiernos brotes como si fueran banderas que anuncian la llegada de la primavera.
Quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y el rocío matinal sobre mis pétalos.

Y así, esta semilla creció.

La segunda semilla, algo dudosa, dijo:

– Tengo miedo.
Si impulso mis raíces dentro de la tierra que está debajo de mí, no sé lo que voy a encontrar en la oscuridad.
Si me abro paso por la corteza dura que está sobre mí, puedo dañar mis delicados brotes.
Y ¿si al dejar que mis brotes se abren, un caracol intenta comérselos?
Y además si abro mis capullos, un niño pequeño podría arrancarme de la tierra.
No, será mejor que espere a un momento seguro.

Y así, esta semilla esperó.

Pero en aquella tierra a comienzos de la primavera también había una gallina de corral que escarbaba en el suelo en busca de algo de comida.

Picoteando aquí y allá, encontró a la semilla que esperaba el momento perfecto y rápidamente se la comió.

Esta es la historia de las dos semillas, tú decides cuál de las dos quieres ser

La que crece, confiando en sí misma y en lo que quiere conseguir, a pesar del miedo y asumiendo los riesgos a los que se expone y otros tantos que pueden surgir de manera inesperada.

O, por otro lado, la semilla que espera el momento perfecto, temiendo cualquier posible fallo y al final se bloquea y no hace nada.

Si vives esperando ese momento perfecto para empezar a ser quién eres, para crecer o dedicarte tiempo a ti, hay dos preguntas que te pueden ayudar a romper esa situación:

La primera de ellas ¿Cómo lo vas a reconocer? ¿Cómo sabrás que el momento perfecto ha llegado? ¿A qué estás esperando exactamente?

Porque puede que hayas definido qué tiene que ocurrir para que llegue ese momento perfecto para ti, en el que pasarás a la acción, pero puede que no sea más que una manera de engañarte y que “casualmente” siempre surja una excusa nueva cuando hayas cumplido la anterior, retrasando ese momento perfecto una y otra vez.

Ese bucle infinito del “cuando tenga más… cuando llegue a… en cuanto termine con este otro problema…” sólo consigue bloquearte y no te permite avanzar.

Olvida ese momento perfecto y maravilloso y actúa ahora. O lo que es lo mismo, convierte el ahora en el momento perfecto y deja de esperar.

Porque, y aquí viene la segunda pregunta… ¿Y si ese momento no llega nunca?

En realidad es la consecuencia de la pregunta anterior, de ir poniendo una excusa nueva tras otra para no empezar.

Plantéate entonces qué pasará si ese momento perfecto no llega nunca y te quedas siempre donde y como estás ahora mismo, sin que nada cambie.

¿Es lo que quieres? Si no es así, quizás sería buena idea dejar de esperar a ese momento perfecto y decidir cómo lo vas a crear a tu propia manera.

Un consejo rápido para empezar a hacerlo si no sabes cómo, es plantearte si las decisiones más importantes que estás tomando en tu vida, las estás tomando desde el miedo o desde el amor.

Es decir, si tomas las decisiones en tu vida pensando más en lo que puede salir mal y alejándote de aquello que te hace feliz o bien pensando en lo que quieres conseguir, eligiendo lo que te acerca a esa felicidad.

Mi opinión ya la sabes: decide siempre desde el amor, desde el amor a ti, a la vida y a todo lo que tú eres y quieres ser.

¿Y tú? ¿Qué reflexión sacas de esta historia? 

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