Cuenta la leyenda que un joven discípulo vivía atormentado pensando por qué la mayoría de personas se conformaba con una vida de escasez y mediocridad.
Al ver que aquella inquietud no desaparecía, su maestro decidió ayudarle. Le pidió entonces que le acompañara a visitar a una familia de amigos suyos que vivía en el campo.
Tras varias horas de viaje, llegaron a una zona que parecía bastante pobre.
De hecho, la familia de amigos de su maestro vivía en una casa bastante deteriorada y daba el aspecto de que iba a derrumbarse: el techo estaba lleno de agujeros y la zona de alrededor de la casa estaba llena de basura, desperdicios y escombros.
Pero lo que más impactó al aprendiz fue que en aquella pequeña y deteriorada casa vivían nada más y nada menos que ocho personas: el padre, la madre, cuatro hijos y dos abuelos.
Todos ellos vestían con ropa vieja y sucia y transmitían una sensación de resignación y tristeza.
Lo único que esta familia poseía era una vaca flacucha que les daba semanalmente un poco de leche. Este animal era lo único que separaba a esta familia de la miseria total.
Así, el anciano maestro y el joven aprendiz se dispusieron a pasar allí la noche acampando al lado de la casa.
A la mañana siguiente, sin despertar a ningún miembro de aquella familia, se dispusieron a partir. Pero antes, el anciano dejó debajo de unos matorrales una caja.
Justo cuando pasaban por delante de la vaca sin que el aprendiz pudiese hacer absolutamente nada, el maestro sacó una daga y degolló al animal.
El aprendiz quedó completamente impresionado y preguntó a su maestro por qué lo había hecho, por qué había arrebatado a esa familia lo único que les mantenía con vida.
El maestro, ignorando las preguntas de su joven aprendiz, se dispuso a continuar la marcha.
El asesinato de la vaca conmovió tanto a aquel joven que estuvo varias semanas sin pegar ojo por las noches. Y por mucho que fueran pasando los meses y los días, él no podía dejar de pensar en que su maestro había condenado a aquella familia a morir de hambre.
Un año más tarde y viendo que aquel joven era incapaz de olvidar lo sucedido, ambos acordaron regresar al pueblo.
Nada más llegar, el discípulo se temió lo peor al ver que la casa había desaparecido por completo.
En su lugar, ahora había una vivienda nueva, mucho más grande y confortable. El techo era de piedra y en los alrededores había una zona muy cuidada llena de plantas, flores y hortalizas de todo tipo.
Era obvio que la muerte de la vaca había sido un golpe tan duro para aquella familia que habrían tenido que abandonar aquel lugar y quién sabe qué podría haber sido de ellos.
Mientras el aprendiz pensaba, el maestro llamó al timbre y enseguida alguien se acercó para abrirles la puerta. La persona que abrió era un hombre con aspecto elegante y saludable.
El joven no podía creérselo: era el padre de la familia que un año atrás había conocido en condiciones de completa miseria.
Una vez dentro de la casa, el joven observó fascinado cómo todo estaba completamente limpio y ordenado. Además todos los miembros de la familia seguían vivos y se veían rebosantes de alegría y vitalidad.
El joven, sin poder creerse lo que veían sus ojos, preguntó qué había ocurrido durante ese año para que hubiese cambiado tanto su situación.
El hombre les explicó que justo coincidiendo con el día en el que ellos se habían marchado, algún envidioso había degollado salvajemente a su vaca. Y que su primera reacción ante la muerte de aquel animal había sido la impotencia, el pánico y la desesperación.
Principalmente porque la vaca había sido, durante muchos años, su única fuente de sustento.
Poco después de aquel trágico día, decidieron que tenían que moverse y hacer algo para poder sobrevivir.
Fue entonces cuando decidieron limpiar el terreno que rodeaba la casa. Y allí encontraron una caja llena de semillas debajo de unos matorrales. Por lo visto, eran de diferentes verduras, flores y plantas. Así que decidieron trabajar y sembrar la tierra, produciendo sus propios alimentos.
Enseguida comprobaron que aquel terreno era muy fértil. Y no sólo eso sino que también comprobaron que se les daba bastante bien la agricultura y la jardinería.
Pronto empezaron a vender los alimentos que les iban sobrando en el mercado del pueblo, así como los ramos de flores a la floristería local.
Con el dinero que fueron consiguiendo compraron más semillas, hasta que tuvieron el suficiente para montar su propio puesto de verduras y su propia floristería.
De ese modo es como finalmente pudieron construir una nueva casa, comprar ropa nueva para todos y disfrutar de una nueva vida más satisfactoria.
El maestro, quien había permanecido en silencio, escuchando el relato del hombre, se acercó a su aprendiz y en voz muy baja le preguntó:
- ¿Tú crees que si esta familia aún tuviese su vaca, estaría hoy donde ahora se encuentra? ¿Realmente crees que se habrían movido para hacer algo distinto si aquel animal siguiera vivo?
El joven se quedó pensativo y le respondió que lo más probable era que no.
Entonces el anciano, mirándole a los ojos, añadió:
- Aquella vaca, además de ser la única posesión de esta familia, también era la cadena que los mantenía atados a una vida de miseria y mediocridad. Al verse despojados de repente de esa falsa seguridad que les daba su vaca, no les quedó más remedio que tomar la decisión de salir de su zona de confort y reinventarse. Lo que al principio percibieron como un gran problema, resultó ser su gran oportunidad para prosperar y crear una vida mucho más plena.

Esta es la historia… pero en realidad no es la historia de una vaca. Es la historia de las excusas, es la historia de los miedos y las creencias, de la procrastinación…
Quizá al principio tenemos ese falso sentimiento de seguridad o de estar bien y nos conformamos con tener algo que creemos seguro, incluso aunque no nos aporte felicidad.
Todas esas “vacas” nos mantienen atados al lugar o la situación en la que estamos, a pesar de querer salir de ahí.
Y muchas veces, aunque esté en nuestra mano, no nos damos cuenta y no hacemos nada para cambiar esa situación que no nos aporta nada y qué hacemos, esperamos y esperamos… hasta que quizá un día nuestra vaca se muere y entonces y solo entonces buscamos otra forma de hacer las cosas.
En ese momento empezamos a ver o a buscar las oportunidades.
Entonces te pregunto ¿para qué esperar? ¿para qué esperar en lugar de matar a nuestra vaca?
Sabemos que a la larga no nos deja avanzar ni crecer, pero sentimos que cuando ya no contemos con ella… estaremos solos, desprotegidos e indefensos sin esa seguridad que nos daba la vaca, aunque fuera la seguridad de una situación que no nos gusta, parece que nos protege de otra que podría ser peor.
Pero hay otra forma de verlo y es la que, para mí, explica este cuento: la vaca no te protege tanto como te perjudica.
Por eso, cuando miramos más allá de ella vemos que frente a nosotros en realidad tenemos un mundo entero y precioso de oportunidades por descubrir. Siéntete libre de aventurarte a ese nuevo mundo que no veías y atrévete a soñar, ve a por ello.
¿El reto?
Descubrir cuál es esa vaca, atreverte a creer en ti, a confiar en tus posibilidades y tus sueños y hacerlos realidad.
¿Y tú? ¿Qué reflexión sacas de esta historia? ¿Cuál es tu vaca?